Tribulaciones del joven @Werther

Leía hace poco una entrevista en la que Álvaro Delgado-Gal comenta cierta idea expuesta en su libro Buscando el cero;a saber: que eso que conocemos como amor romántico, en el que la persona no actúa guiada por la razón, fue durante mucho tiempo una suerte de privilegio social. También en los sentimientos se actúa muchas veces siguiendo las normas de la elección racional, esas que permiten paliar la escasez de recursos y garantizar la subsistencia propia o de las crías. Desde este punto de vista, el amor, en su acepción romántica, sería una especie de enfermedad o un lujo.

Me llamó la atención esta manera ultrarrealista de abordar una irrefutable evidencia histórica: que en Occidente, al menos, el asunto del amor fue durante mucho tiempo cosa de clases bien situadas, cortesanos, estratos privilegiados o cercanos al privilegio. “Una de las consecuencias de la democracia y la extensión del bienestar”, recuerda Delgado-Gal, “que de facto crecen en paralelo, es el hecho de que mucha gente pueda plantearse oportunidades que habrían sido inimaginables para una o dos generaciones anteriores”. Me preguntaba yo qué había pasado últimamente con esa igualdad de oportunidades sentimentales en el mundo democratizado, y lamenté entonces que ese libro del filósofo, dedicado a la “revolución moderna en la literatura y el arte”, no extendiera su análisis a evidencias más recientes, posmodernas, si se quiere. Porque creo que las nuevas lógicas de nuestra era digital significan también el fin de cierta cultura amorosa.

EL PAÍS. Sábado 7 de noviembre de 2015

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Author: maite