El sueño de la razón produce monstruos

La crisis política y económica supone una fractura social. En España se combina con un grave riesgo de fractura territorial; en Europa, con un entramado institucional sin encajar; en Estados Unidos, con una sensación de pérdida de rumbo. Le acompaña un alto grado de desconcierto, propio de quienes no saben cómo manejar, o siquiera discutir, porque no entienden, aquella combinación de crisis.

 

La verdad es que puestos a elegir entre unos y otros, y, mejor aún, a elegir entre ni unos ni otros, convendría ser razonable; y evitar, justamente, la situación que evoca el capricho de Goya, El sueño de la razón produce monstruos. La de un hombre dormitando, la cabeza hundida, las piernas entrecruzadas e inmóvil, rodeado de figuras siniestras surgiendo de su mente, y a las que su razón, perdida, diera alas.

Aquel capricho lo dibujó Goya en 1797, y al año siguiente nos dio un retrato de Gaspar Melchor de Jovellanos que parece su antítesis. El personaje del capricho y Jovellanos tienen una hechura y una disposición corporal bastante semejantes. Pero Jovellanos está pintado contra un fondo de una luminosidad entre plateada y dorada, y sus ojos bien abiertos parecen considerar, precavidos, una situación compleja, una tarea por hacer. La razón ausente del capricho habría dado paso a una razón alerta.

Alerta… lo que dure. Que Jovellanos encontrara la manera de evitar la sinrazón de unos y de otros mucho tiempo, es dudoso. Sus últimas palabras, ¡país sin cabeza, desgraciado de mí!, sugieren un profundo desengaño. Aunque también pueden interpretarse como una advertencia a quienes, a través del tiempo, queramos escucharle. Porque lo interesante de la historia, como de la vida, es que no suelen obedecer a leyes que marquen un destino. Son dramas abiertos. Que los sueños de la razón produzcan monstruos, y éstos nos aniquilen es sólo una posibilidad. También podemos despertar del sueño, interpretarlo, aprender algo. Y ya se verá lo que el aprendizaje dura. Siempre se podrá olvidar, y volverlo a aprender.

En tal caso, es preciso escucharse, deliberar, decidir, pero hacerlo como se hace en un experimento, atendiendo a sus consecuencias, sopesadas por unos y por otros, rectificar, aprender y seguir aprendiendo, darse cuenta de lo olvidado por el camino (probablemente porque los otros nos llaman la atención sobre ello), volverlo a recordar. Todo ello en un clima con un grado suficiente de conversación razonable y de amistad cívica.

EL MUNDO. Martes 15 de noviembre de 2016

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Author: maite